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sábado, 24 de diciembre de 2011

[Cuento]

Fidel, un perro comunista


Hace unos días me dieron los resultados de los exámenes que le hicieron a Fidel: Cáncer en el estómago. No tenía ni una expectativa de vida, le quedaba poco tiempo.
Fidel es mi perro, en un mes cumplirá tres años de vida, estaba en plena juventud al recibir tan cruel noticia. Su nombre (que él mismo decidió ponerse) salió cuando tenía como tres meses conmigo, veníamos de ver una película de Guillermo Del Toro, y le gustó tanto, que al siguiente día me pidió acompañarme y que lo dejase entrar conmigo a la biblioteca. No tenía por qué negarme. Ya dentro, le perdí de vista hasta una hora después, ya que nos íbamos. Vi que cargaba dos libros, uno del “Comunismo moderno” y otro de “Cuba, el fidelismo”. De ahí nació la idea de su nombre, y que a mí parecer, le sentó de maravilla: Un perro comunista.
Después de la noticia del médico, Fidel se ha puesto peor, ya no come, ya no salimos de juerga los fines de semana, ya no tiene ese ímpetu por olerle la cola a alguna perra.
Había un bar que frecuentábamos (él iba porque la dueña tenía una linda French Poodle, yo porque la dueña tenía unos grandes y hermosos senos), apenas y llegábamos y la mesera nos decía: ¿Lo de siempre?, mientras Fidel le clavaba unas miradas indecentes a la perrita. Platicábamos un rato, un par de tragos y dos o tres horas después desaparecía. Al final en ese bar, siempre terminé pagando yo, pero me terminaba también bebiendo la botella. Siempre me llevaba a casa cuando ya no podía caminar, me cargaba hasta el sillón, me tumbaba y ahí me dejaba, mientras que él se dormía en el suelo cuidando que no me fuese a vomitar y ahogarme.
Hoy, Fidel ya no se levanta. De ser muy animoso, llegó a ser sólo un tapete de pelos. Lo veo desde la silla de la cocina, recostado frente a la televisión, veo como las moscas le rondan sin que a le importe.

-Fidel
Fidel no viene.

-¡Fidel!

Fidel no intenta levantarse, sólo me queda viendo, con unos ojos de: ¿Qué no ves que estoy jodido? Fidel pasa horas acostado en marco de la puerta, viendo la gente pasar, yo me siento a su lado con dos vasos de whisky, me bebo el mío despacio, al mismo ritmo que él bebe el suyo. Sin pensar que hace menos de un mes, era él quien me atendía. Fidel hacía las llamadas para reunir gente los fines de semana, era grandes fiestas, puros perros.
Un día me presentó a un Gran Danés que acababa de publicar otra más de sus novelas. Me abstuve de decirle: Todos los escritores son unos perros.
Fidel llamó un par de veces en la madrugada, necesitaba que lo sacara de la cárcel. Pasaba por él, pagaba la fianza y nos íbamos a desayunar mientras me platicaba la nueva aventura.
Un par de veces nos quedamos sin luz, (cuando a él le tocaba pagar). Él nunca trabajó, nunca le gustó, pero de alguna manera se las veía para invitarme en esas noches sin electricidad una botella de “güisqui”. Dejó de fumar hace unas semanas, vomitaba y en dos ocasiones fueron coágulos de sangre lo que regurgitaba.
Hace dos días estaba parado en la cocina preparándome un café, cuando escuché un golpe seco que venía del baño, corrí y lo vi ahí tirado, sobre una mancha enorme de sangre, sin pulso, sin gestos.
Fidel murió el lunes pasado. Éste es mi primer fin de semana solo. Me fui a la licorería, compré una botella Jack Daniel (era su whisky preferido), llegué a la casa y me senté el pórtico, empecé a beber. No me terminé la botella, apenas iba por la mitad y sentía que ya no podía más.

-Fidel, te fuiste como todo, menos como un comunista.

martes, 2 de noviembre de 2010

[Cuento]


Volando al D.F.



Subí mi maleta y la de Carolina para que el de seguridad las revisara.Pasamos por el detector de metales y nos regresaron el equipaje. Nos formamos en la fila. Tomé su mano fuertemente.

-Rubén, ¿estas bien?
-No, ya empezó.
-Pero apenas estamos en la fila, ¿quieres algo?
-Regresarme.
-Sabes bien que ya no hay tiempo para irnos en automóvil.
-Pues no leeré.
-Ya te pagaron, así que cálmate, cielo.


Me sudaban las manos. Las piernas me empezaban a temblar. Se acercaba nuestro turno. Miraba por el gran ventanal que da a la pista, y a lo lejos distinguí un avión. Mascullé. Carolina le dio nuestros boletos. El maletero tomó nuestras cosas para meterlas dónde quiera que metan las maletas. Era incapaz de ponerme a pensar en otra cosa que no fuese en el jodido terror de subir otra vez a un avión. Ella me veía y le daba risa mi estado. Yo la veía y quería estar inconsciente.

-Cada vez que pasa esto, te vuelves más miedoso.
-Mierda.
-Tranquilo. Vamos.


Me tomó del brazo para cruzar el pasillo que no lleva a la puerta del avión. Mis pasos eran torpes, las rodillas no se flexionaban correctamente. Ella buscó nuestros asientos. Carolina se sentó junto a la ventanilla y yo me quedé parado, viendo dónde estaban las salidas. Me jaló para sentarme. Sentí el sillón fresco por el sudor de mi espalda. Cerré los ojos. Puse los brazos sobre los reposabrazos aferrándolos fuertemente.

-Tranquilo. Cuando estemos en el aire te tranquilizarás.
-Odio esto, odio esto, odio esto, mierda.
-Ja- Me beso la mejilla.


Anunciaron que el avión despegaría. Me encerré en mi mundo, cerré los ojos y empecé a decir cosas murmurando. Carolina me abrochó el cinturón. El avión comenzó a moverse.

-Mierda de metal, putrefacta suciedad aérea de jodida.

Empecé a gritar y me sujete tan firmemente sobre el asiento. Sentía cómo todo dentro de mí, tripas, gases, sangre, se me subía por el esófago y volvía a bajar. Para éste momento ya casi todos me veían extrañados. Empezó a elevarse y la presión iba sumiéndome contra el asiento hasta casi pensar en que podría atravesarlo.

-Muere perra de metal. Suicídate puta endemoniada come mierda. Puta.
-No grites tanto, nos van a bajar con paracaidas- Dijo sarcasticamente mientras veía por la ventanilla.
-Mierda, mierda, mierda, mierda, todos coman mierda- Me volteó a ver la aeromoza. -¡Tu también come mierda!


No tardó y se nos acercó. Yo ya no decía nada. El avión se había estabilizado.

-Disculpe señora. ¿Le sucede algo a su acompañante?
-Es Rubén Medina.
-Oh, disculpe, no lo reconocí señor, yo he leído su libro de "Sin faldas seriamos mejores", me fascinó.
-Jodete- Dije sin moverme.
-Discúlpelo, tiene terror a volar. ¿Me podrías traer dos vodkas por favor?


Bebí un vaso. Dos. Tres. Carolina pidió el cuarto pero nos lo negaron porque ya íbamos a llegar al aeropuerto del D.F. Solté el vaso y sujeté otra vez del asiento. Hasta con las uñas.
Empezó a descender.

-Carajo de mi pija con alas, muérete, muérete, cara de pija metálica.
-Ay amor.
-Perra con motor. Jodete, tú y toda tú- Un tipo de a un lado me volteó a ver riéndose- ¡Metete el avión por el culo!


El avión se detuvo. Abrieron la puerta. Yo casi salí corriendo para ser el primero. Dejé a Carolina atrás. Toqué suelo y casi me inco para besarlo. Sentí cómo el aire volvía a mis pulmones.
Esperé hasta que ella bajara.

-Pareces niña, cielo.
-No importa. La próxima vez, viajaremos en automóvil, sea a dónde sea.
-Mañana viajaremos a Tijuana a otra presentación.
-¡Mierda!
-No te preocupes, compraré unas botellas de vino para que las tomes antes de subir.
-¿En serio?
-Sí. Claro.
-Carajo, te amo, deberíamos casarnos.
-Tenemos tres años casados.
-Oh. Eso estuvo bien.





Cuento: Volando al D.F.
Autor: Mosca
Para: Mi esposa.
Nota: Gracias por pasar. 

domingo, 24 de octubre de 2010

[Cuento]


Una tipica mañana de sábado


Lo primero que veo al despertar es el reloj del buró. No puedo levantarme sin saber qué hora del día es. Tengo que situarme en el espacio-tiempo para saber cuánto de vida me queda antes de volver a dormir. Luego veo la fotografía dónde salgo en Reino Aventura (antes de ser parte del monopolio) delante de la Montaña Rusa, ya tiene diez años esa foto pero me gusta tenerla ahí, me hace sentir algo bueno, inefable al verme en ella a mis inocentes nueve años. Me levanto, voy a la cocina. Del refrigerador saco un bote de leche ya abierto y me siento en la sala a ver la televisión. Como siempre, no había nada bueno para ver, así que dejé la película más reciente de Gatubela con Halle Berry, no es una gran película pero prefiero ver dar saltos a esa tremenda y suculenta mujer gato que algún tonto programa de concursos. Los sábados no hay nadie en la casa, mis padres salen a pasear, y mis hermanos estudian todo el día, así que tengo la casa para mi solo. Le subo todo el volumen a la televisión, lo regreso al normal. Voy a la recamara de mi padre, saco de su armario una caja que esconde hasta al fondo, la llevo a la mesita de la sala. La película me parece cada vez más aburrida. Saco el arma de la caja y salgo de la casa, me paro en el patio y veo si hay gente. Nadie, está desolado. Entro y mejor pongo música, le subo todo el volumen, tanto que la vajilla de mi madre, regalo de mi abuela, vibra. Me recuesto en el sillón y sigo bebiendo leche. Salgo otra vez de la casa. Nada. Me doy la vuelta y vislumbro a mi vecino. Un regordete con calvicie. Sale a observar la mañana en bóxer y playera blanca. Me saluda. Le disparo al pecho, su fea playera se llena de sangre, cae al suelo gritando, disparo otra vez, ahora a ese espacio sin cabello. Entro a la casa y le bajo a la música. Sigo viendo a esa linda gatita dar brincos y patadas por todos lados. Escucho que la vecina empieza gritar, pide auxilio. Salgo a ver qué pasa. Me dice que llame a una ambulancia porque alguien había herido a Rodolfo. No recordaba que se llamara así. Ella ve el arma. Se espanta, pero no lo suficiente, le disparo también. Cae de espaldas contra la pared de su casa, se toma la herida. ¿Qué nadie se muere el primer disparo? Pienso. Le disparo otra vez. Veo cómo algunos vecinos, llamados por ese bendito interés de saber que pasa a su alrededor, salen a ver qué sucede. Les disparo. Primero a la gordita que vive enfrente, esa si cae con el primer tiro. Luego a su madre aun más gorda que sale enseguida a cargar a su hija muerta. Tres disparos, solo le doy uno, los otros quedan el cuerpo inerte de la hija, se escapa herida y entra a la casa. Luego el vecino de un costado que sale gritando que me calme. No debe ni saber mi nombre, pienso. Con el sí descargo todo el cartucho, cae sobre la banqueta enfrente de mi casa. Entro a la casa y me siento a ver la película. Subo los pies al mueble y bebo más leche. Deberían comprar de sabor, pienso mientras veo el bote blancuzco. Extiendo la mano para conseguir más balas. Se escuchan muchos gritos afuera. Salgo a ver otra vez que sucede. Recargo el cartucho. Disparo a las personas que tratan de ayudar a la gordita y al vecino que está en mi banqueta. Les doy a dos señores más. Veo que mi vecino, con el que voy a la misma escuela se asoma por encima de la barda de su casa, le doy un tiro certero en la frente. Rayos, él me debía cincuenta pesos, pienso. Veo cómo la gente se junta frente a la casa, hasta un tortillero en su motocicleta, no debería estar aquí, le disparo, todos se apartan de él, cae junto con la moto, las tortillas se riegan por todos lados. Entro para ver que ya casi termina la película. Me recuesto. Se escuchan las torretas de las patrullas. No tarda mucho y un policía se asoma a la ventana, le disparo y se lo doy en un ojo. El vidrio se mancha de sangre.  Qué buen disparo, aunque mi madre me enojará cuándo la vea, pensé. Alguien empieza a hablarme por un altavoz. Me piden que salga desarmado. No entiendo para qué. Me asomo a la ventana y apunto cautelosamente. Aprieto el gatillo. Veo lentamente cómo el uniformado suelta el aparato y se va de espaldas. Descargo todo el cartucho en los policías que están bajando de la camioneta. Un par caen al instante, los que no, se escabullen detrás del carro. Me regresan los disparos, uno me paso muy cerca, pero el florero del centro de mesa no podrá decir lo mismo. Dejen de disparar, mi madre se va a enojar que rompieron su florero; les grito a los policías. Se detienen, me siento en el sillón, pero ya no hay leche, busco más en el refrigerador. Veo las pastillas que me dijeron que tomase todos los días al levantarme. Las agarro y las echo a la basura. Soy una persona normal, todo está bien en mí, no sé para qué me recetan cosas que no necesito, pienso.




Cuento: Una tipica mañana de sábado
Autor: Mosca

domingo, 17 de octubre de 2010

[Cuento]


Cocainejo

En ésta habitación vive una mujer vestida de soledad, de brazos secos y piernas saladas,
con su aroma de cangrejos azules y playa incrustados en el cuello. Mis ojos y la cama se manchan de calor, el aire se vuelve espeso y mis libros son arboles viejos que se pudren sin niños que se suban a ellos.
Del bolsillo de mi pantalón sale un conejito color blanco. Viste un extraño traje de plástico color azul trasparente que deja ver sus intestinos formado por miles de estrellas y planetas diminutos.
Me queda viendo sin ojos pero con una pose de rey escocés, me sonríe con miles de hileras de colmillos que tiene más risas dentro de ellos. De dos pasos se vuelve mi nariz y mi garganta, se incrusta en mi cara, me vuelvo velocidad, una larga hilera de golpeteos cardiacos que mi corazón no soporta, tanto que sale corriendo y se avienta por la ventana.
El conejito blanco empieza a caminar alrededor de la recamara, observa todo detalladamente hasta las nubes de asbesto que están amarradas con alambre al foco del techo, se encuentra la guitarra, empieza a hacer ruidos al rozar con su aliento sobre las cuerdas, las notas viajan rápidas y arrítmicas, notas dulces que me mecen entre mocos con sabor a tabaco, que se atascan en la puerta y no deja pasar a los dioses deseando entrar.
El conejito se sube a una mesa de arena derretida, se empieza a deslizar y quitarse la ropa de plástico, se desnuda como ángel en parto, patina en líneas cortas y gruesas, se expande en todo el mar de paciencia. De la nada, se vuelve todo, desde el mundo entero cargado por más conejos hasta la costra en mi brazo.
Mis dedos giran a miles de revoluciones por segundo, pueden sentir hasta el dolor de patos canadienses en el gran lago Té del norte. Mi cerebro se empieza a licuar con frutas exóticas que voy cortando de las cenizas de cigarro que hay por todo la mesa. Trato de pararme sobre el mar que está a mis pies, se hunden, me pierdo.
Empiezan a salir más conejitos de mis bolsillos, de las cuevas que hay entre cada libro, de las sabanas, todos se reúnen en la mesa de arena derretida. Esto se vuelve una playa nudista de conejos, una orgía de estrellas que se cogen por los cráteres con cometas y sus largas estelas.
He creado un Big Bang, más rápido y decente. Oh, ahí viene otro conejito.


Cuento: Cocainejo
Autor: Mosca
Tema: Surrealismo

miércoles, 15 de septiembre de 2010

[Cuento]




Oh Lupe, conóceme

Iba caminando una noche por el parque Hidalgo (supongo que caminando porque no creo haber podido volar con todo el alcohol que me traía encima) totalmente ebrio, sin dinero y con ganas de llegar a la cama en un instante. Mis pasos eran torpes y mis ojos no se quedaban fijos en el camino. Paso a paso, ahí trastabillando hasta con una hormiga.
-¡Puta, quítate!
Y me le quedaba viendo, como movía ese culito redondo y rojo hasta perderse en una ranura de la acera. Levantaba la mirada y trataba de recordar por dónde es el camino. Empecé a buscar algo en mis bolsillos.
-Verga, ¿dónde está?
Por un momento olvidé que busca, me revise todo lugar posible dónde guardar… ah, tenía el cigarro en la boca. Solo faltaba hallar un encendedor. Caminé hacia dónde una pareja platicaba bajo un árbol.
-Disculpen, ¿No tienen algo con que prender éste cigarrillo?
Creo que no soportaban a los fumadores pues tomaron sus cosas y empezaron a caminar rápidamente hasta que se perdieron en las sombras. Vi el árbol y tenía una forma peculiar, cómo de una mujer levantando los brazos. Me dejé caer en el pasto boca arriba.
-Te voy coger y vas a ser mi esposa, árbol. Tendremos arbolitos que se quedarán quietos toda su pinche vida y me dirán padre. Sí, te voy a coger rico, tan rico que mañana nos veremos aquí.
Me acerque a una de la raíces y le di un beso apasionado, con lengua y todo, ensalivaba su delgada corteza amarga hasta que se me secó la boca.
-Te amo, cásate conmigo. Anda, nos iremos a pasear a la Selva Lacandona o al Amazonas, será divertido, yo con mis pantaloncillos mientras caminamos tomados de la mano-rama.
Un tipo que pasó se me quedó viendo extrañamente.
-Es mi mujer cabrón, ¿te gusta, pendejo?
Y volvía a abrazar todo el cuerpo hermoso y duro de mi árbol. Pero primero debía darle un nombre. Mientras pensaba buscaba un encendedor en mis bolsillos. Encontré unos cerillos. Encendí mi cigarrillo todo arrugado. Exhalaba el humo.
-Lupe, sí te llamarás Lupe, y serás mi mujer, con quién cogeré ahorita. Porque eres mía porque nos casaremos y cantaremos: Oh Lupe, lalala, conóceme Lupe, lalala, amor veraniego, rosa prieta del itsmo, lalala…
Perdí el conocimiento. Me levanté porque empecé a sentir un ardor en la cara. Un rayo de sol se colaba entre las ramas y me daba justo en el rostro. Me senté recostándome en un árbol. Jodido dolor de cabeza. Necesito llegar a casa. Me levanté algo mareado. Había poca gente en las calles, si no mal recuerdo era un domingo, aunque yo solo quería llegar a mi cama. Tomé el boulevar principal y empecé a caminar con las manos en los bolsillos tratando de recordar lo que había pasado anoche.
-Oh Lupe, lalala, conóceme Lupe, lalala… ¿Por qué canto ésta canción? No recuerdo haberla escuchado nunca.
Solo seguí caminando hasta llegar a mi casa, feliz, con un buen sentimiento de haber encontrado algo o alguien que me hizo bien.









Cuento: Oh Lupe, conóceme.
Autor: Mosca
Dedicado: Una amiga que se ha vuelto mi árbol de parque.